A veces me pongo a pensar que hubiera pasado si mi once hubiera sido “diferente”… Es decir, si no hubiera pasado la totalidad del mismo tratando de meterme en la cabeza que lo mío iba con los números.
Pensé que tratar de vivir el sueño de “alguien más” era sencillo, al fin y al cabo pensaba que era lo que siempre había hecho. Pero me equivoqué. Cometí un error al abandonar mi sueño.
No sé que duele más, si el año y medio que tardé en darme cuenta, la decepción que me embargó al ver que “defraudaba” a mi mamá, o el simple hecho de darme cuenta lo equivocada que estaba.
El miedo que sentía cuando me gradué nunca fue en vano. Mis peores pesadillas se convirtieron en realidad. Eso de que las amigas del colegio son para toda la vida es mentira. Sólo rescato a una persona, porque es casi imposible sacarla de mi vida. Ella es tal vez una de las mejores amigas que he tenido nunca, y sólo el destino sabe por qué trabaja de manera tan misteriosa para cruzar nuestros caminos de forma tan curiosa. Pero, volviendo al punto, sí, cada día puedo ver cómo me voy quedando más y más sola en cuanto a ese aspecto de mi vida. Ahora un seco “Hola” y un “Qué tal! Cómo va todo?” son las pocas palabras que intercambio con las que se supone que son compañeras de toda la vida.
Eso de “siempre serás mi amigo no importa nada más” y “porque a un amigo se promete una eterna amistad” no son más que eso, promesas. Promesas que se escapan de nuestros labios al ver una fecha de grado próxima. Promesas que se hacen tratando de permanecer en un pasado que cada vez se ve más reemplazado por un futuro.
No sé si es mi caso particular, no soy quién para determinar que esto sucede en todas las ocasiones y que es casi que una “ley del universo” que debe cumplirse. Sólo hablo desde mi experiencia.
No sé si extraño el colegio por mis amigas. No sé si lo hago más por los momentos que viví ahí. Pero de que lo extraño, en verdad lo hago.
Si me preguntaran si quiero volver a vivirlo, o más bien, vivir el último o los últimos dos años, no sabría que responder. Sería divertido, sobretodo sabiendo todo lo que ahora sé, no sólo de conocimientos, sino de experiencia. Pero es algo que me plantearía muy bien.
Y aunque hace tan sólo pocos días pensaba “Dios! Hace tres años estaba saltando como loca en la puerta de once A gritando «SOMOS ONCE CARAJOOOO»”, hoy no me veo en la ‘dichosa’ experiencia de nuevo.
Hace un año probablemente mi respuesta hubiese sido automáticamente “sí”. Pero ahí está la clave, “automáticamente”. Por suerte ahora cuento con algo de lo que se le podría decir criterio, y aunque me gustaría volver a vivir todos esos recuerdos, pues… Eso es lo que son.
Es algo que pasó, es un ciclo que tardé bastante en cerrar, pero hoy por fin me doy cuenta de ello, porque aunque vuelva al colegio, como espacio físico en sí, lo que busco no es eso, sino lo que yo viví ahí.
Curioso, ¿no? Y aunque el “plantel educativo” (para usar términos más propios y un vocabulario más adecuado para una futura doctora) me haga revivir esos recuerdos, y hasta tener muchos flashbacks de ellos, no me gustaría volver.
¿Qué iré otra vez a visitar? ¡Claro! ¡Muchas! Pero no con la misma mirada. La venda que no me permitía ver la realidad se cayó, o más bien, un semestre de medicina la tumbó. Pero creo que hasta eso fue tan irónicamente exacto como para hacer que las cosas ya estuviesen más o menos organizadas en mi vida.
No me imagino yo en estas recién salida del colegio, tal vez no habría llegado a las mismas conclusiones a las que he llegado en esta fantástica y calurosa noche en la cual no puedo dormir. Y hay muchas que se me han escapado, porque tampoco es que escriba tan rápido, y parece que mi mente en estos momentos va a toda.
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